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¿Pero qué motivación lleva a un periodista de política a visitar otorongos en un zoológico? Pues el deseo de derribar un mito.
Desde hace algunos años la palabra otorongo se ha incorporado al lenguaje periodístico, sirviendo de pretexto para ilustrar el comportamiento poco ético de algunos funcionarios públicos, principalmente, congresistas de la República y magistrados.
Sin embargo, el último miércoles, luego de compartir unas horas con estos felinos silvestres oriundos de la selva alta, uno llega a comprobar que la analogía no es del todo justa, y que los grandes perdedores en la metáfora son, por su puesto, los otorongos; los originales, claro.
Esa mañana recorrimos las instalaciones del parque junto con Catalina Hermoza, veterinaria, profesora y desde hace siete años joven directora de la unidad de veterinaria de este recinto.
Ella define a los otorongos como felinos de mucha fortaleza e independencia, rasgos que no precisamente comparten los ilustres exponentes del 'otoronguismo' político, a menudo sujetos que comprometen su independencia sin el menor empacho.
"Son animales solitarios, territoriales, no hacen grupo social, y solo se juntan para la reproducción", dice Catalina, dándonos pie para apuntar otra diferencia abismal, pues los 'otorongos' políticos sí que forman redes y manadas, y se las ingenian para cubrirse mutuamente las espaldas.
Le pregunto a Catalina si es cierto que estos felinos --tal como asegura el dicho-- no practican el canibalismo, al igual que sus 'pares' en el Parlamento.
"No es que se protejan, sino que evitan enfrentarse o agredirse, aunque en la madurez sexual un padre y un hijo pueden pelear por la misma hembra". (Habrá que estar atentos a los eventuales triángulos amorosos que pudieran formarse en la trastienda del escenario legislativo).
Pero ojo que no todas son disparidades. Hay hasta tres actitudes que las dos especies de otorongos --los silvestres y los políticos-- comparten plenamente.
Primero, ambos tienen la lengua áspera (unos en el plano biológico, otros en el sentido figurado). Segundo, cuando la prensa aparece para buscarlos ellos inmediatamente se escabullen. Y tercero, si el público les reclama atención, ellos se hacen los indiferentes y se tumban boca arriba, como si no se dieran cuenta.
Antes de despedirse, Catalina nos da su opinión sobre el supuesto parentesco y afinidad entre estos felinos y los políticos. "Es una comparación fallida. Los políticos no son instintivos, sino que algunos buscan su interés personal por el puro gusto de trepar sobre otros. Los animales, en cambio, cazan porque quieren vivir. Yo no los relacionaría".
Según la periodista Paola Ugaz, fue el ex congresista del FIM Alcides Chamorro el primero que utilizó la frase para aplicarla a los parlamentarios. Ocurrió a fines del 2002, durante un reportaje emitido en el desaparecido programa "Entre Líneas" de Canal N. "Recuerdo que lo entrevisté como presidente de la comisión de Justicia y Derechos Humanos del Congreso y ahí, en medio de la conversación, soltó la frase", recuerda Ugaz.
Según los archivos de El Comercio, el antecedente sería otro. En julio del 2000, cuando el régimen fujimorista aún sobrevivía, a Henry Pease le preguntaron qué opinaba sobre la designación de Carmen Higaona al frente de la Contraloría General de la República. Él contestó: "Otorongo no come otorongo. Nadie se fiscaliza a sí mismo", advirtiendo el clarísimo entendimiento que había entre el gobierno de turno y la flamante funcionaria. Pero hay una tercera versión. De acuerdo con José Cava Arangoitia, memorioso periodista de esta casa, la primera mención política del otorongo se habría hecho en la década de los 40.
El padre del ex presidente Belaunde, Rafael Belaunde Diez Canseco, siendo ministro del presidente José Luis Bustamante y Rivero le sugirió convocar al Apra para que se incorporara al Gabinete. La idea --dice Cava-- era abrir una puerta de entendimiento con la oposición intransigente que promovía Haya de la Torre, y que se traducía en una cadena incesante de huelgas y censuras a los ministros. El jefe del Estado le preguntó al ministro si creía que el Apra aceptaría ser parte del Ejecutivo y cesar sus ataques. Belaunde le respondió: "sí, presidente, porque otorongo no come otorongo".
También el 2004, en el Congreso, dos legisladores, Jorge Mufarech y Alfredo González, fueron identificados como hijos predilectos del 'Gran Otorongo' luego de enfrentar más de una denuncia periodística.
Tanto se relacionó al Congreso con los otorongos que en diciembre de aquel año una reportera de un programa televisivo le alcanzó un singular presente navideño al entonces presidente del Legislativo, Ántero Flores-Aráoz. ¿Cuál era? Nada menos que un muñeco de otorongo.
Con el paso de los meses los periodistas comenzaron a hablar del "síndrome de los otorongos", aplicándolo incluso en áreas ajenas a la política, como los espectáculos y los deportes, donde diversos personajes polémicos se blindaban permanentemente.
Una vez que los otorongos primigenios fueron multiplicándose cual 'gremlins', hubo que tomar el fenómeno con humor para no hacer bilis. El diario Perú 21 asumió con entusiasmo la incómoda tarea de caricaturizar a la fauna política, y un mes antes de la primera vuelta de las elecciones del 2006 parió el celebrado suplemento "El otorongo".
"Todo empezó con los roches de Jorge Mufarech, Enith Chuquival y compañía. Todos ellos tenían fama de mafiosos y se convirtieron en el centro de discusión de la comisión de Acusaciones Constitucionales y de la comisión de Fiscalización", reseña Pedro Tenorio, periodista del mencionado diario y uno de los ideólogos del divertido espacio.
Tratando de mirarse en el espejo del recordado "Monos y monadas", "El otorongo" lleva casi dos años parodiando sin misericordia a diversos especímenes del medio. Al inicio solo dirigía su ácida mira hacia los políticos, luego amplió su campo visual.
"El otoronguismo se expande a lo que ocurre, por ejemplo, en la selección, donde Chemo del Solar, que es un ex jugador, no castiga a los jugadores y los protege", recalca Tenorio.
"No ofendas a los animales, por favor, no tienen nada que ver", me reprendió Sandra, una bonita mamá que se detuvo con sus dos hijas delante de los otorongos negros.
Juan Sánchez, otro visitante, se detuvo, se quitó los audífonos, oyó mi pregunta y contestó sin rubor: "No se parecen. Estos son tranquilos, los otros son peligrosos y más animales".
Por último, Carlos Jiménez también criticó que se les diga 'otorongo' a los políticos. "Al otorongo yo lo veo tranquilo, si fuera travieso lo compararía con un congresista", aseguró.
Si me piden mi opinión, no veo que los otorongos reales se parezcan en nada a los políticos. Más allá del canibalismo que no practican, no tienen otros puntos en común. A los primeros provoca visitarlos, contemplar su mansedumbre, su pelo moteado, y darles de comer. A los segundos, francamente, no da muchas ganas de mirarlos ni de oírlos, y menos de darles de comer con nuestra plata.